Reseñas


POESÍA ESCRITA A MEDIODÍA

(Una reflexión de lector cómplice sobre Hacia lo abierto, de Goya Gutiérrez)

Federico Gallego Ripoll

octubre de 2011

Viene a concretarse la poesía en una contención de recursos, en ajustar más la hechura de la palabra a la piel de la poeta. Una luz cenital impide el juego de las sombras. Todo expuesto, todo al aire, todo hacia lo abierto.

Se han volcado las ánforas recientes, han dejado salir el vino y los secretos; todo rueda por la arena limpia del poema, todo va desnudándose a media que avanza.

Finalizar con una parte denominada inicio, supone una apuesta valiente por la regeneración de la palabra y, con ella, de la vida. La poesía, inevitable, arde con dolor, crece con dolor como la mujer árbol de la portada.

La geografía del libro señala los cuatro límites del atlas de su autora. Escribe con sus límites, avanza desde sus límites hacia lo abierto de su adentro. Se crece desde la raíz. Las alas de Goya Gutiérrez son alas poderosas, no de insecto ni de ave, son alas de decisión de avance, de propósito de altura. Vuela desde el deseo, concretando los versos en lamas de piedra, en hojas de agua, en fuego regenerador y cíclico. Poesía en ascenso que arrastra al lector hasta sus sucesivas alturas.

Trascender desde el interrogante, mirar a la muerte a los ojos, salir cada día a buscar la palabra entre la hierba, crecer como poeta desde la convicción de su irremediabilidad. Tú, yo, poeta; tú, yo, silencio, palabra, juego de contrarios, espejo que mira la realidad configurándola, dándole razón y respuesta.

Reverdece desde la ceniza. Altivamente cierta en la palabra. Asumida en el claro translúcido de su bosque convocando a la luna. Sacerdotisa de su propio rito. Revelada en su revelación.

Vida compleja, mundo complejo. Relación de los materiales que componen un mundo personal que a veces no es advertido por los ojos ajenos: sentidos, intuiciones, certidumbres, maternidad, desconocimiento.

Mientras haya una esquina que doblar, se mantendrá despierta la capacidad de seguir siendo poeta.

Moja la pluma en amor. Mujer de agua salada. Lleva la ola la palabra, la devuelve, la transforma, la ilumina. La mujer regresa del mar con la palabra viva entre los brazos.

Una y otra vez regresar a la vida, a la costa. Desnuda de adjetivos, esencial; buscándose en lo más húmedo de sí misma, hallándose en lo más húmedo del mundo (a veces).

Aire desde la tierra contemplado. La niña advierte en las piruetas de los vencejos su imposibilidad de fijación. Siempre condenados a no tocar el suelo. El espacio es fugaz, no así el ámbito de quien lo contempla. Alzan las cometas la mirada de la mujer que se sabe segura a la entrada de su cueva.

¿Vendrá del aire la amenaza?

La mujer se construye dolorosamente en el poema, transfunde su esencia a las palabras, evanescente en sí, sólida en lo escrito. Más lo escrito que su propia previa naturaleza.

Gamoneda es el ancla, la argolla a que aferrarse en momentos de duda. Fidelidad a cada uno de los pasos dados, al avance dificultoso. No siempre fue tan sencillo como ahora. Sólo la certidumbre de su propia voz la mantuvo alerta en momentos de zozobra. Aunque nos puede tronchar la brisa del afuera, es sólo la insistencia en el yo, la claridad, la aceptación, la insistencia, lo que nos mantiene vivos.

Arde la piedra desde dentro hacia afuera. Llama alta y llama soterrada. Incendio de turba que se genera bajo la superficie y transforma el mundo desde el interior. Interior de volcán nutriendo la palabra.

Rito circular, retorno a lo ya imposible, confianza en la nueva primavera. Tierra de tierra, agua de tierra, aire de tierra, fuego de tierra.

Crece Goya Gutiérrez desde sus propias claves. Ajena a cualquier moda. Cierta en lo inevitable de sí misma como poeta. Abierta como una granada hermética, perfecta en cada grano, en cada faceta de cada grano, en cada reflejo de cada faceta.

Los dioses impuestos, el finito eslabón, horno inmenso, mundo candente, maquillaje hueco, cuerpo desnudo, misterio infinito, estrella extinguida, ropas carnosas, ardidos recuerdos, negro cetáceo, viejo alféizar, sabor intenso, estruendoso crepitar, refulgente nieve, lengua avispada... se adjetiva sólo lo imprescindible, y se hace para concretar los perfiles de lo dicho, nunca para difuminar, para suavizar... Poesía escrita a mediodía, a la plena luz de la razón y el convencimiento. Un grito desgarrado: la vida. Ser poeta es estar aquí para contarlo. Y contarlo. Como hace Goya Gutiérrez. Sin artificios. Mirando de frente, con voz serena. A mediodía. (Quizás por eso nos deja su foto con gafas de sol.)