Reseñas

FEDERICO GALLEGO RIPOLL

Comentario poético acerca de Ánforas,
de Goya Gutiérrez

Diario del poeta
Mayo de 2009

Es el amor como una espiral inversa, centrípeta, que va acumulando lo barrido por la brisa en su centro de oreja o caracola. Fluye el viento como una atmósfera líquida que arrastra las palabras, que las va desengarzando del poema y las conduce a su nuevo lugar, las va haciendo aflorar sobre las cosas como lunares, heridas, nidos, las palabras que emergen porque el aire es interno y somos nosotros ese mundo que la tormenta barre con su música, la tormenta que vendrá, porque en Ánforas se respira ese instante previo a que rompan las nubes, cuando los ojos cambian de color y los perros corren a esconderse bajo las camas. No se oponen los poemas a la fuerza del viento, sino que le someten, entregados, su pecho de paloma. Van así los poemas desatando sus miembros, enredándolos en todos los cuerpos: hebras de cristal, hebras de seda, hebras de vidrio, hebras de seda de metal de vidrio opalescente. Van apareciendo, sí, fragmentos de memoria quizás bebidos en otros labios; todo lo descoloca el viento, y lo confunde; o acaso de esa confusión broten las alas para salvar el precipicio. Pero no, no son precisas alas porque el poema tiene un cuerpo invertebrado, un cuerpo que flota sobre un colchón de lágrimas y se desliza limpio leyendo la superficie de la tierra, tocando cada grano de arena con sus labios, cada seto, cada muro, cada cuerpo, cada desilusión, cada promesa. Son palabras que se reconocen sobre la piel del mundo, y lo aceptan y lo aman ungiéndolo de aceites olorosos; son palabras que restauran sobre las cosas su antigua capacidad de olvido, una pequeña y pálida armonía donde encuentra cobijo esa niña perdida que perdió la esperanza. Un bálsamo, un mullido interior de crisálida donde suenan las músicas del mundo de distinta manera, cerrando las ciudades, abriéndose a lo alto y lo profundo. Regresamos o huimos hacia dentro. Es bello el espejismo, mujer que tan bien sabes que sólo las palabras se mueven, que sólo ellas nos barren y recogen mientras nos inventamos la dicha de creer que cada noche despliega sus estrellas un cielo diferente; un sueño de anestesia en que existimos de forma más real que en la vigilia. La escarpada belleza que siempre será libre, nos confunda. Entreguemos a ella nuestra capacidad de raciocinio, dejémonos llevar a donde quiera, quememos nuestras naves en su imposible gozo, habitemos sin miedo el país de la utopía. Llovedme de palabras, digo también contigo, lavadme, liberadme, limpiadme de lo mal vivido, arrastrad en vuestro curso mi envoltura seca, los labios diminutos de las úlceras por las que se alimenta un interior que renunció a la alquimia. Volcad sobre mi cuerpo vuestras ánforas llenas de música, de palabras capaces de contener palabras como el barro es capaz de contener el barro desleído. Antes de regresar al día y al olvido yo me dejo flotar en tu certeza de palabras que laten. Yo también en un libro leí que amanecía. En este Ánforas tuyo, Goya.



Ilustración de Federico Gallego Ripoll