Revisa Turia 147 (Junio-Octubre 2023)

AVENIDA DE LAS AVES

I

La dulce avenida de las aves se entrega a mi mirada

en este ardiente y claro junio, y me olvido del mundo

y de mí misma

observando la vida que en el aire discurre:

un planear gozoso de alas, avalancha ordenada de cuerpos

y piruetas y picos

que se afanan en pacer, aunque me dé la sensación de danza o coro

o silentes violines afinando el más mínimo graznido


enfrente las sábanas de frescura callada, al fondo los trenes

que traen el bullir

de las urbes y se llevan el calmo titilar de los mástiles.


Quiero celebrar este día que fluye hacia el adormecer

la desmemoria,      el abandono

esta cadencia de azul mar y azul brisa que me vacía

y que me hermana, hacia donde confluyen

esas blancas gaviotas       de una belleza ambigua

que en la dulce avenida

no invaden el almuerzo, los giros voladores

de golondrinas, gorriones o palomas.


Quién pudiera de un vuelo tan libre y apacible y conjugado

tan fuera del ruido…

y, sin embargo… la belleza …

II

Han venido de nuevo a esta avenida de las aves

después de tantos años

a traer en sus picos aquel sol de septiembre

el ebrio sol de vino, su violácea sangre, su principio

prensado en el recuerdo tenue

el onírico cuadro de memoria de esa vendimia nuestra

cuando nos atraviesa el tiempo y nos desgasta.


Serán quizás las nietas o bisnietas de las golondrinas

de mis trenzas rojas      las largas primaveras

de mis ojos como un pozo sin fondo encantado

por primigenios nidos.


Serán hoy estas garzas las descendientes

de aquellas avefrías

anunciando con su canto el sol

de los chillidos cárdenos, del formidable cuerpo

la nieve ardiendo sobre rosada carne

los rituales festivos, los juegos de la supervivencia

mi hambre lúdica no vio jamás en ello

el sufrimiento, ni la conciencia de la muerte

sino más bien un regocijo infantil agradecido

de moras silvestres

en su hocico, en sus orejas o en sus lomos.


Toda la savia del mundo, toda la hierba

todos los otros cuerpos apresados y llorados

quizás por su obligado silencio

hacen florecer salvajemente el verdor

hasta el de la ternura.