Revista ALGA, nº 82, Primavera de 2020

"La tercera esposa" (2018), de Ashleigh Mayfair

Crisálidas que bullen, sacrificadas en aras

de sedosa belleza decimonónica, de alas policromadas

y bordadas en capas, en vestidos sensuales, vaporosos,

y finísimas telas que manos diligentes

y serviles tejerán en telares de otros siglos.

Y debajo de las bellas esposas, de las criadas fieles,

está el tierno carnero, el gallo degollado, el equino

mordiendo el fruto de la muerte.

Y encima de todo el patriarcado, el marido polígamo

traspasando la noche de doseles, haciendo uso

del sagrado y arcaico baldaquino heredado

de padre dueño a hijo.


Las delicadas pieles de las tres esposas se funden

con los vivos colores de la naturaleza:

los riscos que amurallan el valle donde brotan

como el mismo arcoíris los dulces

crisantemos, la rojez de las flores del durazno,

y en los lagos azules la pureza del loto,

y prendidas del árbol orquídeas de lo efímero,

y colgada de ese árbol

otra niña, su cáliz ofrecido, otra posible esposa

que se vio rechazada por el marido impuesto,

manchada y desterrada del seno de su hogar.


Lo sensual femenino seduce a la tercera esposa

en un lugar donde las flores se han de entregar

a varoniles picos y a negros abejorros,

solo queda un destino, un sueño que es una pesadilla,

seguir de favorita, parir a un futuro varón.

Pero su vientre se rebela, y nace una robusta niña

que no halla ni leche ni calostro de sus pueriles pechos,

mientras el río lleva los tajos de unas mechas, negras

como el ónix, de ojos adolescentes que intentan transgredir

el obligado ritual del sacrificio.

"Y cuando el Cordero rompió el séptimo sello del rollo, hubo silencio en el cielo ".
(Apocalipsis 8:1
)

El Séptimo sello (1957), de Ingmar Bergman

La Muerte usa calzado de rastreador

y rostro de cadáver,

viaja constantemente por las Edades de la Historia

captando adeptos, buscando amantes o adversarios

para su lecho sepulcral,

y de pronto el juego de la vida, unas figuras sobre el tablero

la detienen. Un contrincante que ha regresado

con sus manos ahítas del desastre del mundo, por encima

del miedo, y del quebranto, trata de cercenarla,

le planta cara,

juega su última baza, arriesga con toda su estrategia,

sus preciados instantes de peones,

sus momentos de gloria con la torre o la reina,

la sangre derramada a sus espaldas a expensas de una fe,

y de nuevo pondrá en jaque mate su valor ante Ella.


Mientras, la Muerte prosigue haciendo mella

en los cuerpos que gozan, en los cuerpos

lastrados por las llagas abiertas, sin milagros, sin hierbas

curativas que llevar a la boca, o dentro de la herida,

la Muerte siempre atenta, agazapada, expectante, espectadora

del teatro de la humanidad, observa los amores,

las infidelidades, el desaliento de los que nada esperan

y se frota las manos, porque sabe que es puerto

definitivo y único, ganará la partida, y así irá pergeñando

esa escenografía para que el mundo dance

con su rostro, su guión, su papel de primera bailarina.


Mas la belleza y el alma de todos los vivos,

el aliento de ese último instante, todo el recuerdo

de una vida

redimidos por su propia penuria, su riesgo, su combate

han volado tras el espectáculo a ese Séptimo arte,

en ese Séptimo cielo.

Comentario a los poemas publicados en Alga 82

Por dolor interpuesto, Goya Gutierrez despliega en sus palabras un territorio descriptivo ajeno a los tiempos en que transcurren las películas elegidas (trasunto de los poemas). Elegir también es escritura. La elección de los temas, su oportunidad, se unen al tratamiento, a la amplitud de los versos, desplegados en mucho más que setenta milímetros. Goya Gutierrez es elegida para contarse desde el yo común que expande un dolor que abarca varios siglos, varios continentes, ¿qué, del dolor, no es nuestro? Las palabras, aun abriendo, cierran, se puede tejer un ámbito de opresión en ese contener la mirada en un horizonte que no se percibe. La belleza. También la belleza puede ser un muro, la elección de los otros nos confina en un ritual de concepción y parto, de prolongación de la especie. Somos las esclavas del amo. Los esclavos de la sociedad en que nacemos. Y decidir un itinerario propio siempre acarrea el riesgo de la incomprensión. Cuesta remar hacia arriba del río, pero somos poetas, somos salmones buscando la libertad de nuestro origen. Goya Gutiérrez confronta en estos dos poemas dos cinematografías contrapuestas, con los tallos ceñidos por un único puño: el destino. Se hacen versículo los versos extendidos, empujan con las palmas de sus manos queriendo ampliar el ámbito donde la niña May se convierte de pronto en un ave sin alas, donde volvemos a sentirnos cuadrícula del tablero sobre el que la Muerte y el Caballero mueven sus fichas (¿nosotros, quizás, nuevamente en manos ajenas?)

Escribimos con lo que nos pasa, y escribimos también con aquello de lo que carecemos. La poesía no es sino una enfermedad de la mirada, nadie puede elegirla o despreciarla. Todo lo demás pertenece en una mínima parte a nuestra posibilidad de contingencia, pero la poesía, no. Y se agradece comprobar que sigues siendo la muchacha que observa más que dice, que escribe desde el rigor de sus propios parámetros, y avanza, avanza, haciéndonos avanzar con ella (contigo).

Federico Gallego Ripoll