"La tercera esposa" (2018), de Ashleigh Mayfair
Crisálidas que bullen, sacrificadas en aras
de sedosa belleza decimonónica, de alas policromadas
y bordadas en capas, en vestidos sensuales, vaporosos,
y finísimas telas que manos diligentes
y serviles tejerán en telares de otros siglos.
Y debajo de las bellas esposas, de las criadas fieles,
está el tierno carnero, el gallo degollado, el equino
mordiendo el fruto de la muerte.
Y encima de todo el patriarcado, el marido polígamo
traspasando la noche de doseles, haciendo uso
del sagrado y arcaico baldaquino heredado
de padre dueño a hijo.
Las delicadas pieles de las tres esposas se funden
con los vivos colores de la naturaleza:
los riscos que amurallan el valle donde brotan
como el mismo arcoíris los dulces
crisantemos, la rojez de las flores del durazno,
y en los lagos azules la pureza del loto,
y prendidas del árbol orquídeas de lo efímero,
y colgada de ese árbol
otra niña, su cáliz ofrecido, otra posible esposa
que se vio rechazada por el marido impuesto,
manchada y desterrada del seno de su hogar.
Lo sensual femenino seduce a la tercera esposa
en un lugar donde las flores se han de entregar
a varoniles picos y a negros abejorros,
solo queda un destino, un sueño que es una pesadilla,
seguir de favorita, parir a un futuro varón.
Pero su vientre se rebela, y nace una robusta niña
que no halla ni leche ni calostro de sus pueriles pechos,
mientras el río lleva los tajos de unas mechas, negras
como el ónix, de ojos adolescentes que intentan transgredir
el obligado ritual del sacrificio.
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"Y cuando el Cordero rompió el séptimo sello del rollo, hubo silencio en el cielo ".
(Apocalipsis 8:1)
El Séptimo sello (1957), de Ingmar Bergman
La Muerte usa calzado de rastreador
y rostro de cadáver,
viaja constantemente por las Edades de la Historia
captando adeptos, buscando amantes o adversarios
para su lecho sepulcral,
y de pronto el juego de la vida, unas figuras sobre el tablero
la detienen. Un contrincante que ha regresado
con sus manos ahítas del desastre del mundo, por encima
del miedo, y del quebranto, trata de cercenarla,
le planta cara,
juega su última baza, arriesga con toda su estrategia,
sus preciados instantes de peones,
sus momentos de gloria con la torre o la reina,
la sangre derramada a sus espaldas a expensas de una fe,
y de nuevo pondrá en jaque mate su valor ante Ella.
Mientras, la Muerte prosigue haciendo mella
en los cuerpos que gozan, en los cuerpos
lastrados por las llagas abiertas, sin milagros, sin hierbas
curativas que llevar a la boca, o dentro de la herida,
la Muerte siempre atenta, agazapada, expectante, espectadora
del teatro de la humanidad, observa los amores,
las infidelidades, el desaliento de los que nada esperan
y se frota las manos, porque sabe que es puerto
definitivo y único, ganará la partida, y así irá pergeñando
esa escenografía para que el mundo dance
con su rostro, su guión, su papel de primera bailarina.
Mas la belleza y el alma de todos los vivos,
el aliento de ese último instante, todo el recuerdo
de una vida
redimidos por su propia penuria, su riesgo, su combate
han volado tras el espectáculo a ese Séptimo arte,
en ese Séptimo cielo.
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