La arena se ha hecho nudo, ira se ha vuelto el viento
que ha poblado los ojos de ardientes torbellinos
que ahogan en su caos los trayectos del alba,
que apagan la cálida certeza de las llamas,
cuerpo de mansedumbre plegado en su aridez.
Se hunden las bóvedas que amparaban la desnudez de siglos,
hallando las veredas hacia ese manantial interno
del desierto en la rosa, en el almíbar de las datileras
expandiendo su verdecida sombra.
Se ha quebrado el nutriente, las blancas uvas de la lluvia
sagrada.
Queda la sarmentosa piel inscrita en precarias
paredes de abandono.
El joven vagabundear por la yerma calvicie de un espacio
y un tiempo sin mata que trenzar.
Alí es casi adolescente, con la mirada seca y secas las entrañas.
Cuando en la noche bajo un techo de arcilla sueña
con abundancia, el agua borbotea, se viste con sus olas,
las penetra, es un útero
el mar que ya lo acuna, el vientre inmenso en que viajó Jonás.
Olvida las manos partidas en cien bocas de la madre,
se despoja del antiguo canto con que hierve su sangre,
del augurio escondido en las tablillas o en los huesos,
del amplio añil enjugando la espera
de la aspereza de los horizontes.
Y se adentra en la vorágine de la noche de los mercaderes
de corazón roído
con las sandalias de un puro despertar
en busca de la estela en el aire, en la espuma
o quizás de la estela en ese pozo anónimo de arena
tan cerca del anhelado aliento, del rumor de las risas
de cuerpos bronceados, de ese perfil
del mundo diseñado en sus sueños.
Del libro "Pozo pródigo", Olifante, 2022
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Centros
IX
Qué suerte la del humano
poder sobrevolar
aquello que nos repele o que nos hiere
aunque no logremos hacer del plomo un metal noble
Qué suerte poder sentir adentro
hallarnos un largo pasadizo subterráneo
que desemboca al fondo en una cueva
a salvo de posibles peligros
Ser las estalactitas que vierten como pechos las gotas
de belleza sobre reciénnacidas creciendo
y haciéndose columnas fuerza
Poder crear desde los recovecos cristalinos
de la inspiración sutiles enlaces de
palabras o delicadas estatuas de agua y tiempo
endurecidos y manantiales de sensibilidad
para poder amar y ver y contemplar desde
nuestro Interior Feraz del que habló Schopenhauer
toda la exuberancia de las pieles las aves
de la mínima hierba que brota
del amor que te estrecha frente al azul en nácar
estampado:
la obra de arte de un mar y cielo
y el dios de la belleza enrojecido
que al descender cada día nos resucita
y nos eleva
(inédito)
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