Revista Alga nº56 - otoño 2006


__________________ GOYA GUTIÉRREZ __________________

Fahrenheit 451, una ciencia ficción comprometida

"El amor por los libros, por la lectura, rebosa en este autor y en esta novela". Son palabras de A. Munné-Jordà en su amplio y acertado prólogo a la novela de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, reeditada por la Editorial Proa el año 2004 en la colección "Les Eines", un clásico de la ciencia-ficción escrito ya hace una cincuenta de años.

Bradbury pone en boca de uno de sus personajes, el profesor Faber, estas palabras: "No son los libros lo que necesitamos, sino algunas cosas que una vez hubo dentro de ellos". La novela por tanto es también un elogio del conocimiento y la libertad y, una advertencia seria, que no pesimista, de la importancia que tiene la formación de las personas para poder vivir en paz pero libres, entendiendo esta libertad como la capacidad de los seres humanos, un vez han tenido los medios suficientes de información y conocimiento, de seleccionar, decidir por sí mismos, ser protagonistas de sus propios actos y hacerse responsables de éstos.

El argumento parece sencillo. El título se refiere a la temperatura, en grados Fahrenheit, a la que el papel se enciende. La novela narra la historia de un bombero situado en una sociedad del futuro, que inicia un proceso de concienciación sobre su propia profesión y su papel en esa sociedad. Llega un tiempo en el que los bomberos no se dedican ya a apagar incendios, sino a provocarlos. Su función es la de policías destructores de libros. En el desenlace, Montag, el bombero protagonista, se convierte en "disidente" de aquel sistema y en un proscrito. Bradbury da a la novela una última pincelada de optimismo y esperanza, ante la situación de ahogo y opresión que nos presenta, debido al control excesivo al que están sometidos los habitantes de aquella supuesta sociedad, hace que el protagonista pueda llegar a una zona de la naturaleza abandonada, que escapa a ese acoso paranoico. Montag se reune con los marginados que en otro tiempo fueron piezas claves para el conocimiento, escritores de literatura, filósofos, hombres y mujeres libres que se dedican a memorizar el contenido de los libros y transmitirlo a la siguiente generación.

Es curioso como el autor refiriéndose al futuro en el que se sitúa el género literario de la ciencia-ficción, nos está hablando de un pasado que realmente existió, ese final, por ejemplo, de los hombre y mujeres libros, nos recuerda mucho lo que sucedió durante las persecuciones estalinistas. La poeta rusa Anna Ajmàtova tuvo que destruir parte de su obra, pero antes, uno de sus libros de poemas lo memorizaron unas once personas. Al mismo tiempo, Braddbury nos está hablando también del presente, de nuestras sociedades modernas. Denuncia abusos y engaños, advierte de posibles agujeros en los que los habitantes de estas sociedades del progreso, encaminadas a dotar a sus ciudadanos de las máximas comodidades, satisfacciones y falta de preocupaciones, podrían caer bajo el lema de conseguir una felicidad artificial. Una total ausencia de dolor, a costa de renunciar a implicarse en los procesos culturales, sociales o políticos de su tiempo. El autor señala también el juego de la doble moral que desde el poder se puede llegar a ejercer, cuando a través de su personaje Beatty, defensor de ese sistema, manifiesta muy cínicamente que no ha sido el gobierno el que decidió prescindir de los libros, sino que fueron los propios ciudadanos los que finalmente se desinteresaron de ellos y creyeron que eran nocivos para conseguir el estado confortablemente feliz de las personas.

A medida que avanza la narración, la hipérbole de esa ciudad futura aparece como una especie de monstruo, parecido al que en su tiempo preconizaron los románticos, devora a sus artífices y a los que han permitido que se desarrollara. El mismo personaje Beatty, a pesar de exhibir su toma de partido por aquel tipo de sociedad, no hace nada por salvarse de las llamas. La actitud violenta y vacía en valores éticos por parte de los jóvenes que a toda velocidad, como un juego frívolo, están a punto de matar a Montag
con su bólido, cuando éste está huyendo en la oscuridad de la noche, simplemente porque una persona caminado por ese lugar no es considera una cosa habitual, y por tanto, tampoco es considerada persona, sino un marginado que ni tan solo tiene derecho a la vida, parece un hecho bastante infrahumano, y en cambio, no podemos decir que no
haya ejemplos de actitudes similares en nuestras sociedades, aunque de momento, aparezcan como casos aislados.

Ese mundo ficticio en donde las preguntas imprevistas no se pueden hacer, porque otras preguntas y respuestas ya les vienen dadas, nos hace pensar en nuestro mundo real de la información. Nunca antes se había llegado a disponer de este volumen de información que posibilitan los actuales medios tecnológicos y audio-visuales de las comunicaciones. Pero la gran velocidad a la que se mueven, hace que, a veces, se haga difícil para los destinatarios o receptores, el ejercicio de procesarla, digerirla, someterla a una reflexión. Por otra parte, la información por escrito que nos viene dada a través del papel impreso, requiere tiempo, es un proceso más lento que permite al individuo poner en práctica su propia capacidad de razonar, de distinguir, de criticar o dudar.

El autor incide en el poder de manipulación que pueden tener los medios de comunicación, en el supuesto de una situación de falta total de sentido crítico y de opinión de los ciudadanos. En la novela se ha llegado a una polarización máxima de manipulación por parte de estos medios, al servicio total de un poder que a pesar de que dice gobernar ofreciendo a sus votantes lo que piden, aparece con las características de los típicos poderes totalitarios. La diferencia está en que ese supuesto gobierno se deduce que ha sido votado por el pueblo y ha conseguido, utilizando métodos poco democráticos, no tener oposición. Sus habitantes como la mujer de Montag, Millie, una ama de casa con todas las comodidades, permanece completamente alienada por sus píldoras de la felicidad, sus auriculares de música que la aíslan del mundo y sus pantallas gigantes de televisión.

Clarisse, la joven de diecisiete años, es la víctima inocente. Ella percibe el mundo de una forma no contaminada por los engaños del sistema. Se hace preguntas e intenta contrastarlas y comunicarse. Consigue que se encienda en Montag la chispa que despertará su conciencia. El protagonista queda sorprendido por la actitud libre de Clarisse, que no es del todo consciente del peligro al que está expuesta.

Faber es también un personaje relevante. Aparece en la segunda parte de la novela. Un profesor, catedrático, que se quedó sin alumnos en la Universidad, y por tanto sin trabajo, permanece reclutado en su casa, construyendo, de forma ilegal, a través de sus aparatos, una especie de resistencia contra el régimen. Confiesa, en un momento determinado a Montag, cierto sentimiento de culpabilidad "Yo veía cómo iban desarrollándose las cosas, hace mucho tiempo. No dije nada". (pág.117). Faber se convierte en la fuerza moral que necesita Montag para llevar a término la acción de rebelarse y huir a la búsqueda de un mundo que pueda sanar y transformar aquél.

Bradbury, con este clásico de la literatura de ciencia-ficción, plasmado en apenas doscientas páginas, escrito a través de un excelente lenguaje poético en muchas de sus descripciones, utilizando recursos literarios como la hipérbole o el simbolismo que adquiere el fuego, protagonista de la novela, como destructor pero también, al final, como renovador y generador de vida, nos da varias lecciones a un mismo tiempo. Una podría ser que la buena literatura no se puede comprar a peso; otra sería la importancia que tiene el compromiso individual y colectivo de implicación en los valores democráticos de la sociedad. Nos hace ver también, que el respeto en general por los otros tiene como sana consecuencia el respeto por uno mismo, por la libertad de expresión y por la construcción de una crítica no sometida a intereses partidistas.

Nos advierte de los peligros de la banalización de la cultura o la política, que pudiera darse ante una posible situación de desidia o pasotismo por parte de la ciudadanía. Del abuso, a través de una doble moral, que se puede ejercer desde un poder totalitario que se enmascare de democrático.

Es curioso el hecho de que en tiempos del mandato de Reagan en el gobierno de los Estados Unidos, la primera versión que escribió Bradbury de esta novela estuvo suprimida de las listas subvencionadas para las escuelas, porque la consideró contraria
a las ideas que el gobierno quería que asumieran los jóvenes.

Finalmente, el autor nos recuerda la importancia que los libros tienen sobre todo para las nuevas generaciones de jóvenes tanto en su formación personal como profesional. Nos muestra que es responsabilidad de todos colaborar y luchar para que esta riqueza nunca se agote.

Ray Bradbury, Waukegan, Illinois (USA) 1920. Su obra ha sido traducida a numerosos idiomas. Entre sus libros destacan, además de Fahrenheit 451(1953), Crónicas marcianas (1950), El hombre ilustrado (1951) El vino del estío (1957) Remedio para melancólicos (1959) y Las maquinarias de la alegría (1964). Recientemente ha recibido en España el galardón del VI Premio Reino de Redonda, creado en el 2001 por el escritor Javier Marías.


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