Publicaciones - La Mirada y el Viaje

Prólogo

por Felipe L. Aranguren

Un antiguo adagio árabe sentencia que "viajar es vencer". Y todo artista sabe cuán necesario es tener sensaciones nuevas y estímulos que raramente se encuentran a nuestro alrededor. En este caso, la poeta sale de sí misma y viaja en la primera parte del libro, que no en vano se llama "Impresiones", abierta a la visión nueva que permite una nueva visión interior. Porque el viaje tiene su regreso hacia ese interior, única manera de establecer un diálogo fructífero. Y allí, en el interior, se procede al viaje que nos lleva a Roma, Benarés, Bangkok, Nueva York o el Sáhara, lugares que pierden y recuperan su identidad en el decir de Goya Gutiérrez, que también viaja con toda su cultura a cuestas para confrontar, completar, rectificar, experimentar con las sensaciones y con las palabras.

Éste es un libro intenso, por la complejidad del mundo que encierra y por su extraordinario ritmo. Es ésta una poesía, no ya de alguien que se habla a sí misma, sino de quien establece un puente firme con el lector, una poesía reflexiva y tensa, que proviene de un anterior yo contenido y que entrega imágenes, palabras preciosas y precisas para ordenar un universo propio y ajeno, pero comunicable. Es por ello que muchas veces el plural se impone y el "nosotros" adquiere múltiples matices, "nosotros los viajeros occidentales", pero también "nosotros compañeros de viaje". El paisaje se convierte en emoción y se sorprenden pedazos de vida aquí y allí, en la mirada rasgada de un campesino thai, en un río que es todos los ríos, un rezo entreoído, un hermoso muchacho en un puente, pedazos de vida que se trenzan con el paisaje para empaparnos en una suerte de ósmosis de sensaciones. Y el poema final que cierra cualquier viaje, la Ítaca mítica punto de partida y destino. Pero quien marchó ya no es la misma que regresa, más rica en emociones y experiencias.

La segunda parte del libro, "La ciudad y sus mundos" me parece mejor aún que la primera. Aquí Goya Gutiérrez deja fluir el lenguaje para entonar el ritmo de la ciudad (las ciudades) que habita. Por aquí desfilan la ciudad violentada, la del grito, la derruida, la inmobiliaria o la ciudad burdel, pero también están la ciudad del buen amor, la hospitalaria, la de los puentes o la de los amantes. Es por ello que la trama recoge múltiples matices, facetas diferentes de una misma ciudad que es también todas las ciudades. Y esa misma trama obliga a un lenguaje moderno y ágil, el verso se adelgaza o amplía siguiendo una cadencia original, y los referentes míticos se entrelazan con las palabras sencillas de los urbanitas.

Esta segunda parte es más dura, difícil y exigente. "La tecnocracia amordazada y ciega, el poder de los grandes misóginos confesos, la ciudad sin rumbo donde la muerte ha plantado su tienda….", versos contundentes que llegan a la ironía de los edificios transparentes de "la ciudad inmobiliaria". Hay una vuelta al realismo más combativo junto con la mayor de las delicadezas, como en "la ciudad hospitalaria", o en "la ciudad de los trenes", añoranza de la infancia y recuerdo de lo pasado con la sabiduría de quien ha sabido crecer y ha encajado los dolores de la vida que le han tocado en suerte. Porque el objetivo es vivir "la ciudad de los amantes", atravesar todas las dificultades del viaje, enriquecerse de experiencia y sensaciones, descubrir "la hebra de seda que el amor esconde", nombrar todos los nombres, rodear de belleza la existencia, sentir cada latido y estremecerse siempre. Y regresar al fin a la ciudad, al puerto que sea para nosotros nuestra Ítaca. Y como Goya Gutiérrez, al lado del fuego en las largas noches, relatar las maravillas de nuestro periplo, de nuestro extraordinario viaje existencial.