Publicaciones - Hacia lo Abierto

Presentaciones del libro:


  • Ateneo de Sevilla

    Sevilla, 26 de enero de 2012.



GOYA GUTIÉRREZ : LA POESÍA DE LO TRASCENDENTE

por Ana Recio Mir:

Buenas tardes. Quiero agradecer al Ateneo de Sevilla, a su presidente D. Alberto Máximo Pérez Calero, y al presidente de la sección de literatura, D.José Domínguez León que nos acompaña el habernos brindado la posibilidad de celebrar hoy el " bautismo " hispalense, si se me permite la metáfora, de este poemario nacido el año pasado y acogernos en este hermoso espacio en el que nació a la poesía el Premio Nobel Juan Ramón Jiménez. Quiero expresar también nuestra gratitud a Dña Paqui Villa. Y, por supuesto, agradecerles a todos Uds su presencia, en este acto de celebración lírica. Aprovecho la ocasión para felicitar al Ateneo por el magnífico pregón de la cabalgata, en el que los asistentes pudieron conocer al cuarto Rey Mago, Artabán, trasunto del catedrático D. Jorge Urrutia, y del que el Ateneo ha hecho una bellísima edición.
      Como quizá algunos de Uds no la conocen, comenzaré por presentar a la autora. Goya Gutiérrez es una persona afable y generosa a la que tuve la suerte de conocer en una maratón de Poesía en Acciò, una ONG benéfica, que, como cada año, desde hace doce, se celebra en Barcelona en el mes de junio, que preside el poeta Guillem Vallejo y en la que escritores, profesores y alumnos recitan sus versos, cantan, comparten un almuerzo, tocan instrumentos, y contribuyen con sus composiciones y con la convivencia lírica de diez horas de buena poesía a mejorar un poco el mundo. " Amor y poesía cada día ", como decía el aforismo de Juan Ramón. Lo recitado, que cristaliza en un libro, una antología, da testimonio cada año de una educación lírica y solidaria y, con su venta, se contribuye donde más se necesite. En 2011, lo recaudado fue a la ciudad de Semdai, la más dañada por la central nuclear de Fukushima en Japón. Goya estaba allí el pasado 18 de junio y tuvimos la suerte de conocernos en aquel marco incomparable. Ella es zaragozana afincada en Cataluña desde 1968. Se licenció en Filología Hispánica en la Universidad de Barcelona y ha sido durante años profesora de secundaria. Es directora y coeditora de la revista literaria Alga, nombre de un grupo de poesía del que ella forma parte y miembro de la Asociación Colegial de Escritores de Catalunya. Precisamente en el último número de Alga, Goya publicó una interesante reseña sobre Potrillo, el poemario en edición bilingüe del norteamericano Charles Wright.
      Su vinculación con la poesía es temprana, comienza en la adolescencia, aunque como suele suceder en muchos casos, el Premio Nobel Vicente Aleixandre fue un ejemplo de ello, sus versos quedaron en la intimidad de algún cajón durante mucho tiempo, hasta que decidió descubrirlos a la luz y dárselos a leer al poeta Ángel Crespo, que la animaría a escribir en serio.
      Barcelona fue una ciudad fundamental en su formación literaria : sus estudios de Filología Hispánica y su vinculación con los poetas de las tertulias de poesía del bar Bauma contribuyeron a incrementar su amor por la lírica y a fortalecer su bagaje poético. En ese bar nació un grupo de escritores editores que pusieron en marcha la colección de plaquettes Bauma-Cuadernos de poesía, en la que Goya dio a la luz, por primera vez de forma independiente " Regresar " en 1995
      Es coordinadora de lecturas y presentaciones poéticas , ha llevado a cabo algún taller de poesía y es autora ya de una considerable obra lírica, pues ya han visto la luz cinco libros. Tras De mares y espumas (2001), vendrían La mirada y el viaje (2004), El cantar de los amantes (2006), Ánforas (2009) y Hacia lo abierto (2011). Su obra lírica ha merecido la inclusión en numerosas antologías.
      En De mares y espumas la autora ve el mundo como un espacio de desolación en el que la naturaleza y la palabra poética le ofrecen la esperanza de un destello liberador que alivie la existencia de su pesada carga. El mar y la soledad son elementos presentes en este poemario, así como el afán de alejarse del bullicio y serenarse en la calma de la naturaleza, en una especie de beatus ille horaciano en el que la autora se recrea «Ha cesado de pronto/ el ruido atronador /de los tambores, /y una isla de calma /como algodón de sábanas /parece envolver/su cuerpo desvalido». El mar es imagen de lo insondable, de la experiencia vital que conduce al fin, a la muerte. El dolor y el amor son elementos que hacen fecunda la vida, porque suponen una forma de aprendizaje. El sujeto de la enunciación lírica parece ser capaz de dejar a un lado el dolor y el odio y cifrar un nuevo espacio, una casa de paredes transparentes. La fusión de los amantes se vincula al afán de eternizar el instante, de prolongar el tiempo de la dicha, la plenitud del deseo, aún cuando aquel es caprichoso y a veces hace que el destino sea adverso:

«Que no se acabe/ ese roce vampirizante/ de los cuerpos/(…)El ansia de dilatar el tiempo/ Aquel que caprichoso un día/ desencadena la llama, /Y otro cualquiera la aprisiona/la ahoga con su mano/ sin piedad. »

      Frente a la lluvia, símbolo del discurrir monótono del tiempo, la palabra se ofrece como vehículo con el que compensar las carencias de la vida, una roca a la que aferrarse ante la adversidad, un oasis de permanencia infinita. Pero la lluvia está ligada también al paso de la existencia, al renacer del mundo, a la esperanza de que pueda colmarse su plenitud :

«Llueve, y una vez más/el mundo vuelve a surgir:/ Aplaca los temores/ de la tierra/ que ha de albergar/ las próximas semillas./Silencia el aullido/ entre paredes/ de algún ansia inconfesable./Renueva la esperanza/ de que algo insospechado/ pueda saciar la sed/ de luz»

      En Ánforas (2009) se celebra la creación poética. Las palabras son elementos capaces de apresar la fugacidad del tiempo y el ánfora el símbolo que las almacena en su lírico discurrir. Los vocablos son depositarios de los sueños y la memoria, de la armonía del mundo, que podrán ser acogidos o degustados por otros como semillas que revierten en nueva tierra y así dar fruto:

«Palabras vertidas en el mar de todos para ser tomadas :
Fragmentos de memoria
de lenguaje de sueños de música de pasos
¿Quién algún día las acogerá cribándolas ?
¿Quién de qué modo las amasará enhebrándolas ?
¿Quién sabrá degustarlas quizá alimentarse
desvelar su semilla volver a cultivarla?
» (pág 35)

      La palabra poética es elemento en el que cristaliza la permanencia y la transformación interior, portadora de la imaginación con la que la autora afronta el mundo. Y en su universo lírico el ánfora es también depositaria del saber y del amor, en su afán por llegar ligera de equipaje al horizonte que constituyen los ojos de la persona amada :

«Y qué daría yo por llegar a esos ojos
bien ligera despojada de excesos y de metas
Y no dolerte seguir urdiendo hebras de vidrio
para tu ánfora cubierta de orificios
Que aún no es capaz de contener el agua
ni convertir en notas la furia de algún viento
» (pág. 47)

      Hacia lo abierto, el poemario, que hoy presentamos es un delicioso néctar que conviene paladear poco a poco si se quiere gozar en plenitud. Además de la calidad de sus versos, conviene destacar la belleza de los poemas visuales y las fotografías que lo ilustran, de Eduardo Barbero y Enric Velo, respectivamente. Se diría que la autora no se mueve por la precipitación, ni por la premura a la hora de publicar, sino que pule sus versos y estos van cimentándose poco a poco con un cuidado exquisito. Una vida muy laboriosa y la adversidad que se cruza en el camino han sido escollos que, lejos de apartarla de su destino poético, la enriquecieron como ser humano y como poeta, y esto se percibe en esta obra de madurez lírica. Su primera publicación en solitario, la plaquette Regresar, -a la que nos referimos más arriba- ve la luz a sus 41 años, por lo que no se puede hablar ni de precipitación ni de inconsciencia a la hora de dar a conocer sus versos.
      Hacia lo abierto es un libro planeado y urdido con sumo cuidado, con una clara estructura y gran riqueza simbólica. El volumen se articula en cuatro secciones que coinciden con los cuatro símbolos presocráticos: la tierra, el agua, el aire y el fuego. El título apunta a la proyección hacia ese espacio incierto y abierto al infinito que trasciende más allá de la vida y que la autora va haciendo cristalizar a lo largo del poemario a través de su palabra. Una de las claves de interpretación del libro lo aporta Gutiérrez al inicio de la primera parte del volumen "Tierra " con la cita de Rilke:

«Con todos sus ojos ve la criatura lo abierto./ Porque cerca de la muerte uno ya no ve la muerte/ y mira hacia afuera fijamente, tal vez como amplia mirada/ de animal. »

      Se diría que Goya se aferra en este libro con toda la pasión de que es capaz, a la naturaleza y a la vida, a la palabra como instrumento útil para indagar en el sentido de la existencia y del propio ser, para construir su mundo y anclarse en él con firmeza. La poesía se ofrece aquí como herramienta para profundizar en el misterio de la vida, del más allá, como ligazón con los seres queridos que ya no están. Y en ocasiones ella plasma con fuerza la voluntad de aferrarse a otra vida, a la esfera de lo sagrado, con versos que casi tienen la cadencia de una plegaria:

« Padre / quiero estar preparada como tú lo estuviste/ después de tus errores/ para acceder a ese tú más allá del mundo./ Quiero sin desespero absorber el aquí/ con una fe distinta y aferrada a la vida /pues sé que en ella misma reside lo sagrado».

      Sobresalen en el libro la belleza y originalidad de algunas de sus metáforas, de una extraordinaria delicadeza, como la que se refiere a la espuma del oleaje marino:

«Me dicen que aquella masa inmensa/ de azul y sal y aquellas bailarinas /de encajes que juegan a chocar /con las rocas y a acariciar la arena / Todo aquello es el mar».

      Si el tren en la «.Mujer con alcuza» de Dámaso Alonso simboliza el progresivo vaciarse de la vida, la creciente ausencia de compañía y en El tragaluz de Buero Vallejo, la ambición y el progreso mal entendido en el que se encarama Vicente, en «Invitación al viaje» Goya simboliza en el tren la vida, el transcurrir dichoso, el destino incierto

«He escuchado a lo lejos prolongada / la llama de un tren ¡Ven /a viajar porque sí !¡Lejos de lo evidente / hacia lo incierto ! ». El tren es símbolo también de la aventura hacia lo desconocido y, vinculado al río, está ligado, como en Heráclito, al paso del tiempo.

      El símbolo del aire es para Goya espacio de felicidad en el que fluye libremente la alegría. El tiempo se vincula a lo emotivo y la luz y el aire, elementos etéreos e inasibles, van unidos al discurrir de la vida, asociados a la plenitud de la existencia:

«¿Y quién aprehenderá /sino aquel que detuvo:/ tanto esplendor haciéndose fugaz /tanta dulzura en la boca del ave / a favor de la luz en el aire/ del continuo virar de la vida ?. »

      El fuego se vincula a la vida, a la creación, al despertar de los durmientes y a la música en este volumen lírico. También al saber que va sedimentando y que brota y fluye como la lava de un volcán, moldeada por el poeta orfebre, que se hace en la palabra y en ella hace aflorar su esencia y su existir. Palabra que revierte en los otros, que es oquedad y alimento. El poema es la casa, como decía Bachelard, es el hogar tierno que abriga y acoge, en el que se vierte la sensibilidad de la autora que con generosidad se entrega y nos enriquece. Se vacía ella del todo, al tiempo que cristaliza en las palabras para florecer en ellas en la primavera de cada lectura.
      El nacimiento de un libro de poesía es casi siempre un misterio inexplicable porque la escritura poética es imprevisible y porque las palabras se van sedimentando a lo largo del tiempo en el alma del creador hasta que un día el manantial comienza a brotar y fluye. No sabemos cómo, ni de dónde, ni a qué velocidad irá naciendo. Solo el poeta -Goya en este caso- con la magia de su varita, de su pluma, es capaz de robarle al cielo la luna de su emoción. Y esa es una tarea llena de misterio, como decíamos anteriormente, porque a veces, la voluntad de la intuición primera y lo finalmente plasmado en la obra lírica presenta una distancia insalvable. Ya lo decía Bécquer en la "Introducción sinfónica", escrita en 1868 en el manuscrito del Libro de los gorriones, que se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid :

«¡Ay ! que entre el mundo de la idea y el de la forma existe un abismo que sólo puede salvar la palabra, y la palabra tímida y perezosa se niega a secundar sus esfuerzos».

      Estamos, en fin, ante un poemario de deslumbrante belleza, en el que la palabra se convierte en plácido remanso, depositaria de una quietud final y perdurable, sedimento de la sabiduría:

«La ganancia quizás de estar /desaprendiendo ya la muerte /esa quietud abandonada / perdurable / en la memoria de la palabra /a la que todo arriba. »


Muchas gracias.