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Una esfera de cavidad sin fondo
I
En el fragor de la batalla
hay momentos coronados de ímpetu
Y descensos carentes de todos los arneses
que como topos van cavando zanjas
hacia el mismo centro de mi corazón
Entonces el letargo de lo umbrío
Las oscuras ojeras de abandono
Lo oculto de esa noria oscilante
de mil palpitaciones por minuto
Que crecen en su afán por alumbrar
la mano reptadora e invisible
II
Pero nada perdura: ni el vivir ni la muerte
Ni es eterna la prisión de la mente o del cuerpo
bajo el yugo de los que se suponen vencedores
La luminosa cara de la gloria esconde
a veces en sus entrañas úlceras
de abundancia entregadas a la podredumbre
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III
Qué importa pues mi guerra
Algo más poderoso e inalterable siento que llama
que me grita desde el alboazulado
resplandor de los témpanos del inmenso iceberg
Que pacífico en su perseverancia sigue
desafiando al sol
IV
Y sin embargo sé que la virginal visión
que proyecta desde la lejanía
Su imagen de azucena
de alado cirro desplegado en el mar
Es espejismo producto de las flechas
centelleantes de los rayos
Y que mirándolo imponente de cerca
observo el turbulento y atronador
declive de los hielos
Y los pies enlodados
del embarrado río por el que atravesó
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V
Porque nada está en el universo
dotado de total perfección
Y ese es quizás nuestro destino:
Intentar rehacer
la gran obra pictórica incompleta de un genio
La heredad de una casa que han de habitar
las hijas de nietos y bisnietos los hermanos
compartiendo los grifos oxidados del cielo
Regar el huerto adulterado desflorado yermo
colateral efecto residual en donde solo
podrían crecer las espinas del cactus
Triturar las pistolas como mano de mago
que del polvo haga surgir palomas en su vuelo
La vida en el reflejo de una simiente
de insondable universo
Una esfera de cavidad sin fondo
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